Una de las prioridades en el plan de costos de cualquier empresa es calcular el costo de su infraestructura de cómputo. Ésta debe responder a necesidades que se modifican constantemente en muchas dimensiones: tamaño, velocidad, versiones de software, arquitectura. Hace años, estos recursos eran identificados por las empresas en los siguientes términos:
- Las unidades físicas —servidores, routers, cableados—, con sus gastos de mantenimiento y espacio.
- Inversiones comprometidas con periodos de amortización que podían extenderse por años.
- Una capacidad instalada que impone costos superfluos durante los periodos de actividad regular.
- Un límite de desempeño que, tarde o temprano, comprometerá las actividades justo en el punto más intenso de ellas.
Afortunadamente, el sistema de cómputo en la nube permite superar las desventajas de este modelo. En él, la empresa hace uso de servidores virtuales, suministrados por un proveedor conectado en red. No es que las empresas y las organizaciones cedan la operación de sus datos, ni siquiera que renuncien a desarrollar una estructura física.
El equipo local de TI conserva el control de los datos y los procesos; incluso el acceso a la nube es autogestionable. Por otra parte, las empresas que emplean estrategias híbridas suelen integrar el cómputo en la nube con arquitecturas que siguen dos modelos principales:
Eventual: Sus necesidades habituales están cubiertas por el equipamiento local, pero, durante las temporadas mayores requerimientos de cómputo, cubren la demanda añadida con la nube.
Estratégica: Las áreas básicas son atendidas por cómputo interno, mientras que las necesidades de proyectos o áreas específicas de la organización son atendidas por soluciones de la nube que corresponden a sus requerimientos.
Entre otras ventajas, estas dinámicas liberan a la organización del apalancamiento tecnológico que su departamento de IT tradicionalmente genera. Por ejemplo, los gastos progresivos y la sofisticación constante de los sistemas de seguridad, las interrupciones por mantenimiento y actualización, o la programación del crecimiento en capacidad y velocidad son desplazados al proveedor de la nube. Hay administradores de TI que por ciclos ven cómo varían sustancialmente sus necesidades: en unas temporadas requieren almacenamiento; en otras, acceso masivo a bases de datos; en otras más, prestaciones a clientes mediante aplicaciones en línea. También es posible elegir y modificar los servicios contratados en respuesta a estas necesidades, sin que la infraestructura local quede comprometida con una función que quizás sólo se empleará temporalmente.
Un ejemplo muy común pueden ser las cadenas de tiendas cuyas ventas están vinculadas a las temporadas de vacaciones o de fiestas. Otro ejemplo, en los próximos meses, lo ofrecen las elecciones que habrá en México; el comité municipal de cualquier partido tendría necesidades variadas conforme se acerca la fecha de los comicios. Durante la campaña necesitará un respaldo sólido para los dispositivos móviles de sus representantes; en fechas clave, su estructura deberá gestionar encuestas y sondeos; el día de las elecciones, sus bases de datos deberán digerir eficazmente los reportes de sus representantes y, tras los resultados, sus unidades de almacenamiento, quizás deban garantizar seguridad para recibir la información del alcalde saliente y preparar el nuevo gobierno. Sería absurdo que el comité municipal adquiera equipo de cómputo para responder a todas las situaciones, incluso el arrendamiento físico impondría cuellos de botella durante los periodos de instalación y configuración. Incluso la fiscalización de los gastos quedaría simplificada, pues los gastos de la nube quedarían facturados conforme el usuario se autoasigna recursos.
En un ejemplo más, una elección inteligente de proveedores —de servicios en la nube— puede permitir a una empresa nueva tener un lanzamiento de gran escala, de modo que se posicione ante sus competidores de mayor tamaño sin una inversión considerable en activos fijos de cómputo. Podría no tratarse de un lanzamiento, también, sino de un crecimiento programado: ¿por qué no crecer a lo grande cuando no es necesaria una inversión masiva?
Finalmente, el reto mayor que definirá la flexibilidad de la estructura informática de una empresa es su respuesta ante un desastre total. ¿Cuánto costaría reponerse? ¿Cuánto tiempo sería necesario? ¿Cuánto debe invertirse para prever esta situación extrema? Una estructura híbrida cosecha beneficios incluso en esta situación, pues los equipos y el personal de los proveedores generalmente cuentan con preparación específica para acelerar la recuperación, incluso, con frecuencia, ofrecen planes específicos para ello.
Ante estas opciones, las empresas pueden plantearse las siguientes preguntas:
¿Cuál es la exposición a riesgos de la infraestructura? ¿Cuánto invierte en seguridad informática?
¿Cuál es la variación cíclica de las necesidades de cómputo?
¿Hay flujos estacionales en las necesidades? ¿Hay incrementos difíciles de anticipar?
¿Cómo afectan a sus actividades las actualizaciones de software? ¿Y las de mantenimiento?
¿Cuál es la respuesta en tiempo y opciones para la recuperación ante desastres?